Siempre hay un otro deshumanizado y condenado cuando se libra una guerra. La historia lo demuestra. Trump está jugando con ella al intentar imitar a Benjamín Netanyahu. No hay mucha diferencia entre los dos. Le vendió toneladas de armas para cometer genocidio en Gaza.
Venezuela y no el narcotráfico es el objetivo de Estados Unidos. Con el mayor portaaviones de su flota desviado al Mar Caribe, no es creíble que esté intentando impedir el transporte de narcóticos a Estados Unidos en embarcaciones con motores fuera de borda. A menos que exista alguna simetría entre el Cártel de los Soles -un invento de la CIA, según el ex agente y mercenario estadounidense, Jordan Goudreau- con la maquinaria militar más cara del planeta.
Asistimos a una nueva ola de hegemonía que el imperialismo intenta imponer desde tiempos inmemoriales. Siempre con una disculpa a mano en su bitácora. Sucedió con la voladura autoinfligida del acorazado Maine en 1898 para entrar en la Guerra Hispanoamericana y tomar Cuba. Se repitió 105 años después, cuando Estados Unidos acusó a Saddam Hussein de ocultar armas de destrucción masiva y comenzó a saquear su petróleo en 2003. logro La guerra contra Venezuela también huele a hidrocarburos. Apesta.
La guerra en sus prolegómenos desencadena algunas de las preguntas que Kant planteó: ¿Cómo está estructurado nuestro mundo?, por ejemplo. ¿Qué esconde la presencia del enorme portaaviones Gerald Ford en una zona de paz? ¿Qué mensaje envía el barco más grande del mundo, de 337 metros de eslora y capaz de maniobrar 75 aviones de combate al mismo tiempo?
No es una cuestión metafísica. Es geopolítica. Sugiere la gestación de una secuencia con un final impredecible. Un bloqueo marítimo en los casos más leves. Una guerra en América Latina como cuando sus países padecían la política de las cañoneras.
La guerra cultural estadounidense emprendida por Trump enmascara una lucha de clases –como describió Jorge Majfud en este diario el 28 de septiembre– que se llevan a cabo con varios objetivos causales: políticos, económicos, sociales, incluso aquellos destinados a reescribir la historia.
Es algo muy simple que siempre ha funcionado para construir subjetividades modelables: la percepción de un pasado plagado de invasiones, saqueos, sistemas esclavistas y genocidios se modifica por otra funcional para quienes hoy detentan el poder global. Manipular el presente y hacer que la historia la escriban los que ganan. Incluso si eso significa que hay otra historia.



