Del conflicto interimerístico al papel neocolonial de Ucrania

08/abril/2025. Desde el inicio del tristemente célebre Invasión de Rusia a Ucrania, se ha evidenciado un conflicto que va mucho más allá de la mera ocupación territorial. Desde su génesis, esta situación ha sido una manifestación de dinámicas geopolíticas complejas, generando repercusiones que trascienden el derecho legítimo de Ucrania a defender su soberanía y la condena a la agresión rusa. La guerra en Ucrania debe ser interpretada como una faceta más en la continua lucha interimperialista entre dos importantes bloques de poder: por un lado, Rusia, que busca expandir su influencia en la región, y por otro, la OTAN y Estados Unidos, que han capitalizado el conflicto para avanzar en sus propios objetivos estratégicos en la reconfiguración del orden geopolítico global.

Este conflicto, lejos de ser un simple episodio aislado, tiene sus raíces en la crisis de 2014, que marcó un giro significativo en la orientación política y económica de Ucrania tras el derrocamiento de Víktor Yanukóvich y la revolución de Euromaidán. Desde ese preciso instante, Ucrania se ha visto atrapada entre la presión occidental para integrarse más estrechamente en la esfera de influencia del euro y la firme reacción de Rusia, que se opone a una mayor expansión de la OTAN en su vecindad. La anexión de Crimea y la Guerra en Donbás son solo las primeras manifestaciones de esta colisión de intereses. La narrativa predominantemente occidental tiende a presentar este conflicto como una lucha entre la democracia y la autocracia, una percepción que ignora el papel crucial que han jugado las milicias ultranacionalistas en Ucrania, así como la persecución de la población rusófona y la inclusión de elementos extremistas en las fuerzas armadas del país. Esta perspectiva, aunque no justifica la agresión rusa, pone de relieve las complicaciones que los medios dominantes han pasado por alto.

La naturaleza interimperialista de la guerra se hace aún más evidente cuando se analizan sus proyectos y sus consecuencias a largo plazo. Estados Unidos ha empleado su habitual política de desestabilización y control castrense en áreas de importancia estratégica, usando a Ucrania como un peón en su contienda contra Rusia. La continua afluencia de armas y el significativo financiamiento al esfuerzo belicista por parte de Washington y sus aliados europeos no tiene un trasfondo altruista. Más bien, responde al interés de desgastar a Rusia mientras se refuerzan sus propias posiciones. El complejo militar-industrial estadounidense se beneficia enormemente de estas circunstancias. Europa occidental, en este contexto, ha tomado un papel más secundario dentro de la estrategia estadounidense, contribuyendo también con financiación y justificando unas políticas de recuperación que favorecen a las grandes corporaciones en la industria armamentista.

En la fase actual de este conflicto, somos testigos de una especie de juego neocolonial con respecto al control del territorio y los recursos de Ucrania. Durante la administración Trump, hubo presiones para alcanzar una solución rápida al conflicto, condicionando toda la asistencia militar a Ucrania a la privatización de sectores estratégicos y a la garantía de control por parte de empresas estadounidenses sobre recursos importantes. Mientras tanto, Rusia ha consolidado su poder sobre el 20% del territorio ucraniano, creando administraciones títeres en las áreas ocupadas y asegurando corredores estratégicos en el Mar Negro. En este escenario, Ucrania ha pasado de ser un actor principal en la toma de decisiones a convertirse en una pieza secundaria en el tablero de negociación entre las potencias.

Por otro lado, la Unión Europea ha sido reducida a un jugador irrelevante que ha encontrado en esta guerra una justificación para su industrialización de reinos militares. La creciente paranoia bélica ha servido de pretexto para incrementar el gasto en defensa y para consolidar un mercado de armas europeo que beneficia a unas pocas grandes empresas del sector. Sin embargo, la supuesta amenaza que representa Rusia carece de fundamento real; si Moscú, a pesar de los años de conflicto, no ha logrado doblegar a Ucrania, es improbable que tenga intenciones de lanzar una ofensiva contra toda la UE, sabiendo que las fuerzas europeas superan considerablemente la capacidad militar rusa. La esencia de esta estrategia parece estar en la creación de una economía de guerra permanente, donde los presupuestos estatales están supeditados al complejo militar-industrial a expensas de políticas que beneficien a la sociedad.

Como ocurre en todos los conflictos bélicos ligados a poderes imperialistas, son las clases populares las que asumen el costo más alto, sin haber tenido la oportunidad de elegir un camino. Mientras los oligarcas rusos y los hombres de negocios estadounidenses se enriquecen a través de las oportunidades de conflicto, son los trabajadores rusos y ucranianos los que mueren en el frente. La guerra, en última instancia, no responde a los intereses de las personas, sino que sirve únicamente para abastecer a la élite económica que la promueve.

En consecuencia, la postura de la izquierda revolucionaria debe ser un claro y categórico rechazo a la guerra y a todo retroceso. Declarar «No a la guerra» no representa una posición neutral, sino un firme pronunciamiento contra la militarización, el expansionismo imperialista y la lógica del saqueo neocolonial. Las mismas fuerzas que justifican el envío de armas a Ucrania ahora se encuentran en resistencia dentro de Europa.

Es cada vez más urgente la necesidad de reconstruir una alternativa política que se base en el internacionalismo y la solidaridad entre las clases. Solo a través de la lucha contra el imperialismo en todas sus manifestaciones será posible evitar que la clase trabajadora continúe siendo carne de cañón para las élites económicas. El rechazo al conflicto en Ucrania no es un asunto de neutralidad, sino de cohesión revolucionaria: ni con la OTAN, ni con Putin, ni con el expansionismo occidental, ni con el neozarismo ruso. La única vía hacia una paz justa y duradera radica en la producción centrada en la transformación social, en el respeto a la autodeterminación de los pueblos y en la desmilitarización del continente.

8/8/2025

La corriente

Iosu parte moral. Techo anti-capitalista Euskal Mania Militante

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