La oleada de fotos en el estilo Ghibli ha invadido las redes sociales de una manera que resulta casi increíble. No es raro que al navegar por estas plataformas o en cualquier perfil se encuentren imágenes que portan la inconfundible estética de uno de los estudios de animación más emblemáticos del mundo. Esta tendencia ha generado un amplio espectro de reacciones entre los usuarios y expertos en el campo de la creación artística.
Aprovechando esta coyuntura, considero importante reflexionar acerca de los efectos éticos y legales asociados con este desafortunado abuso de la inteligencia artificial (IA), así como con la impensable complicidad de millones de personas que parecen ajenas a la complejidad del tema en la actualidad.
Fundado en 1985 por los aclamados artistas Hayao Miyazaki e Isao Takahata, Studio Ghibli es sinónimo de películas que han marcado época en el cine de animación, incluyendo obras maestras como “Mi vecino Totoro”, “La princesa Mononoke”, “El viaje de Chihiro” y “El increíble castillo vagabundo”.
A diferencia de muchos estudios cinematográficos modernos, Ghibli se caracteriza por un enfoque casi artesanal en su producción; cada trazo, color, iluminación y paisaje es meticulosamente elaborado. Esta dedicación es tal que se cuenta que hay escenas que requieren hasta un año de trabajo para alcanzar el nivel de detalle artístico deseado.
Studio Ghibli Classic: mi vecino Totoro Foto:Estudio Ghibli
Sin embargo, este esfuerzo artístico puede ser ahora objeto de usurpación, ya que la IA generativa que intenta replicar ese estilo único necesita haber sido alimentada previamente con innumerables horas de contenido extraído de estas fuentes. En este contexto, se ha manifestado que OpenAI (ChatGPT) ha traspasado todas las fronteras relacionadas con la propiedad intelectual y los derechos de autor que protegen a Studio Ghibli.
Años de arduo trabajo en la construcción de una identidad narrativa y estética, de un producto artístico único, han sido ignorados. Algo aún más preocupante es que millones de personas alrededor del mundo se han convertido en cómplices de esta violación.
Artistas, asociaciones de la industria audiovisual y destacados productores han llegado a exigir que se reconozca la falta de respeto hacia Ghibli por parte de plataformas como ChatGPT. Esta controversia es algo que este artículo busca poner de manifiesto.
Foto:Getty Pictures
OpenAI, por su parte, disfraza su acción como un «tributo», argumentando que el volumen de uso de la herramienta casi colapsa sus centros de datos, lo cual resalta la magnitud del problema. Esto presenta un fenómeno que no solo afecta a la comunidad creativa, sino que también tiene repercusiones de gran alcance en el medio ambiente. Un robo que impacta a todos, en cada rincón del planeta. ¡Increíble!
En este mar de cuestiones, se desnuda también un debate crucial sobre el costo del calentamiento global asociado a grandes centros de datos, donde se almacenan cantidades masivas de información que alimentan internet, series, películas y música. Estas enormes instalaciones consumen cantidades desmesuradas de energía, generando gases nocivos a medida que trabajan para mantenerse frías y operativas.
Ante esta situación, es imperativo que la IA sea regulada adecuadamente. La capacidad técnica no debería utilizarse para menospreciar el arte, la propiedad intelectual ni la integridad de los derechos de autor. Esto no representa el final de la tecnología, sino más bien un recordatorio de la necesidad de responsabilidad institucional y personal.
José Carlos García R.
Editor multimedia
@JoseCarlostecno



